miércoles, 17 de julio de 2013

Historias de lágrimas

Se gestó inesperadamente, nadie sabe exactamente cuál  es la fórmula precisa para crearla, surge de muchas maneras y por variadas razones. Yo puedo jurar que es mágica, pues de pronto sientes algo en alguna parte del cuerpo, puede ser desde la punta del dedo gordo del pie hasta cualquier punto de la cabeza, la que yo traigo nació entre el pecho y la garganta, y de pronto, líquidamente se expresa en los ojos, sale, así como si tu cara tuviera un par de grifos goteando irremediablemente, suele empezar a fluir y es como curativa, a veces sale tan fuerte e incontrolablemente que arranca gritos, gemidos, gestos, manotazos, el esto del cuerpo le acompaña; en ocasiones también se conjuga con palabras, toma forma, colores, tiempos, historias, se nutre con ideas, sentimientos, sensaciones, imágenes, recuerdos e incluso con esa variedad de cosas que dentro de nosotros suceden y no podemos comprender y puede ser que ni si quiera las veamos. 

Es imposible contar en una sola historia la verdad de todas las lágrimas, una misma persona tiene encerrado en cada gota un mundo entero. El final de esa lluvia en el rostro de alguien suele ser distinto en cada caso; a veces, como cuando era pequeño, es forzado, te exigen parar y tu respiras pausado como tragando aquello que de inicio te hizo llorar; otras veces es lento, como que de a poco se va acabando la materia prima; en otras ocasiones uno ni se entera, pues llorar agota y puede ser que terminemos dormidos sin darnos cuenta de cómo y cuándo terminó todo. Puede ser también que de pronto algo suceda y

la risa se atraviese y se vaya adueñando del sitio aquel donde hubo llanto. 

La cosa con las lágrimas es que tienden a mojarlo todo, mojan ropa, almohadas, pañuelos, hojas, hasta aparatos electrónicos, mojan mejillas, brazos, pechos y si estás acostado de cierta manera hay que cuidarse bien de que no se metan al oído, fuera de eso, debo decir que es un buen remedio para sacar del alma algunos clavos. 




jueves, 4 de julio de 2013

El día que escribí sin sentido

No he querido empezar mis notas por temor a desplazar para siempre aquello que nació del fuego, pero hoy, metido en la casa de un dios que hace tiempo desconozco y con una hora a expensas de voces ajenas y ruidos de autos que corren seguramente con un destino definido al momento. Aquí, sentado en media banca y con una chamarra y una mochila haciéndome compañía, empezaré de nuevo. 
Erase una vez el verde pasto aferrado con sus raíces a la húmeda tierra, ahí donde la madera vive y se expresa con el viento, un espíritu, muchos animales y ningún hombre. 
Yo me pregunto por qué soy  tan solitario y sombrío en ocasiones, por qué tan vistoso y colorido, por qué tan tembloroso y endeble, por qué tan recio y sereno; cómo y por qué puedo ser tan sólo el mismo tan distinto tantas veces. 
"Sigue mi voz", me grita una extraña de ojos aceitunados y yo la sigo deseando encontrar el mar en un laberinto. 
Pero, ¿hace cuanto que ruegas peras al higo? "Apenas dos siglos" - contesta un duendecillo que no envejece porque el tiempo nada le parece. 
"Hace una hora que he nacido", confiesa un elefante a una ciruela que tendida en la hierba no responde porque, aunque rojo y vivaracho su color, ha muerto. 
La vida pesa sobre las alas de un ruiseñor que mira al suelo intentando saltar sin que el vuelo lo detenga ante el impacto. Una pluma triste cae, y no, al ser pescada por el aire que la lleva a todos los lugares que jamás había planeado. 
¡La vida es corta! - grita una mariposa en la cabeza de una tortuga que de inmediato le responde "Para nada".