domingo, 6 de diciembre de 2015

Él, el loco

Su historia recorrió muchas bocas y fue construida por muchas mentes, incluso las de quienes jamás le vieron, era llamado como muchos hombres en el mundo "el loco". Era un loco muy peculiar, cuando yo escuché de él, se encontraba ya internado en un centro de cuidados especiales, decía el personal que había días en los que nadie entendía por qué estaba ahí, estaba completamente lúcido, era amable y solidario, tenía buena charla y podía opinar con coherencia sobre muchas cosas, ayudaba a otros internos y era muy paciente, incluso, en alguna ocasión, los visitantes llegaron a confundirlo con parte del personal. Decían que era buen actor, y por eso se hizo tan difícil establecer un diagnostico y dejarlo ahí dentro, un poco el asunto es que jamás lograba sostener su cordura, tarde o temprano llegaba el día en que se desconectaba del mundo y todo era diferente. 
Andrea, una enfermera que atendía en su pabellón, solía observarlo con detenimiento, así fue como aprendió a anticipar sus crisis, pudiendo reconocerlas hasta un par de días antes de que sucedieran, solía decir que él daba pequeños signos, miradas, formas de respirar, movimientos sutiles con su cabeza y con sus orejas, ella había observado mucho y poco a poco fue también resolviendo aquellas cosas que le permitían cierta calma en medio de la tormenta. 
Era un loco interesante, pudiéramos decir que tenía cierto talento o encanto, nadie le tenía miedo, aunque sí algo de pena. Había empezado como muchos, siendo visitado por sus seres queridos, y como muchos, también, había sido abandonado al paso del tiempo. Era normal y todos entendían en este mundo, que ir a pasar tiempo con un loco no era algo productivo, ni prioritario, todos tenían cosas qué hacer, y si acaso fuera por morbo, pues pasado el rato se quita lo interesante. 
Dicen que había sido un hombre muy productivo y exitoso, que tenía una inteligencia algo especial, no sobresalía lo suficiente como para ser un genio de nuestros tiempos, pero si era capaz de resolver y comprender muchas situaciones de una manera profunda. En aquel entonces, era orgullo de su familia, amado proveedor y generoso compañero, hasta que la locura les arrebato todo... 
En sus días de crisis solía quedarse en la cama muchas horas, y si, a veces días, no hablaba con nadie y pocas veces lograban que tomase alimento, a veces lloraba, otras tantas tenía conversaciones en solitario moviendo las manos y la cabeza, y cuando se quedaba dormido, parecía que sólo tenía pesadillas, pues su sueño era agitado e intermitente. No le gustaba que lo tocasen y parecía tenerle miedo a todo y a todos, solamente había un "amigo", un interno más del pabellón que lograba acercarse un poco y sentarse junto a él en silencio, era casi mágico ver cuando en un descuido, nuestro loco tocaba a su acompañante apenas con un dedo. 
Un día, en medio de una crisis, con nuestro loco sentado en el suelo de su habitación, con las rodillas encogidas en señal de un temor extraordinario, Andrea, la enfermera, decidió intentar algo a expensas de las autoridades del centro de cuidados, quienes seguramente lo hubieran prohibido al considerarlo peligroso, apenas y se asomó a la habitación, y antes de que el loco empezara a gritar, llorar o sacudirse, le dejó en la puerta, sobre el piso, varias hojas blancas y una pluma; él encogió las cejas sin entender, y se quedó alerta durante largo rato, a pesar de que ella se retiró de inmediato. Cuando por fin se sintió seguro, se acercó  lentamente a las hojas, y junto con la pluma, las llevó hasta donde estaba. Poco a poco se fue decidiendo a experimentar con aquello, no sin dejar de mirar a todos lados como quien espera que alguna trampa detone en cualquier momento. Finalmente, con un aire de travesura, abrió la pluma y en la primera hoja hizo toda cantidad de garabatos sin sentido, lo mismo en la segunda y la tercera. Al llegar a la cuarta hoja parecía mucho más tranquilo y menos excitado, así que comenzó a formar palabras, al principio, la letra era totalmente ilegible, era como si su mano no consiguiera alcanzar el ritmo de su mente, así que sobre el papel quedaron trazadas líneas que simulaban palabras, peor aún que en una receta de hecha por cualquier galeno. En aquella ocasión, el episodio de crisis transcurrió con más calma, y no podemos estar seguros, pero se especula que duró menos de lo que podía. 
Para momentos siguientes, Andrea había decido experimentar con colores, y el loco a veces los recibía bien y otras veces salían volando por el pasillo como si representara la mayor ofensa en la historia de la locura, pero eso sí, la pluma era siempre bien recibida. Pasó mucho tiempo para que los médicos se enterasen de las acciones de aquella intrépida enfermera, y aunque la reprendieron por el riesgo tomado, se sintieron sorprendido al ver que el loco estaba empezando a escribir cosas que podían tener algún sentido, y que incluso, resultaban muy interesantes y entretenidas para algunos de ellos (los más locos quizá). 
En un momento de lucidez, el loco llamó a Andrea al jardín y le pidió charlar, estuvieron ahí sentados durante un rato mientras el le decía que por favor no permitiera que perdiera su locura, que era lo único que le hacia estar a salvo, que al estar loco, la gente olvidaba ciertas convenciones sociales y se mostraban auténticas, quien era de naturaleza amorosa, expresaba su amor, quien era violento lo dejaba ver, hasta llegaban a confiarle lo inconfesable, porque al fin de cuentas "quién iba a creerle a un loco". Él decía que el mundo está distorsionado por la necesidad de los hombres de ser "amados" o reconocidos por otros, por ser los buenos del cuento, por tener aprobación y librarse de las culpas, que las personas no solían mostrarse por temor a ser rechazadas, así que vestían sus diferentes máscaras y uno nunca podía saber cuál era la realidad, que eso lo había vuelto loco, nunca saber qué cosa era verdad. Pero que, cuando finalmente perdió la cordura, todo empezó a revelarse y él había conseguido una serenidad extraordinaria, que su consciencia del mundo se ampliaba cada día y lograba aceptar todo aquello que estaba viviendo, incluso la soledad en que se había quedado y el rechazo que vivía por parte de un mundo que valora la vida en años productivos. 
Nuestro loco, siempre estuvo loco, vivió y murió loco, con el tiempo logró algo increíble, escribía, pintaba, ayudaba en el centro, meditaba y vivía sus crisis acompañado de sus hojas y su pluma, con tanta naturalidad que no eran necesarios cuidados especiales; eso sí, jamás estuvo listo para volver al mundo, jamás logró librarse de la idea de que el mundo era todo un simulacro y que no sobreviviría si ponía los pies fuera de aquel lugar seguro. Su historia fue bastante breve, un día, con los labios secos, su corazón se detuvo y en la despedida le regaló a Andrea una última mirada de agradecimiento, una mirada que decía quizá "gracias por las hojas, por la pluma y por dejarme vivir loco para siempre". 
Su ausencia dejó un vacío que no logró superarse hasta que el personal del centro fue cambiando por quienes ya no le conocieron y los demás pacientes fueron dados de alta o, al igual que él, dejaron ese mundo en medio de su  locura. En las librerías se pueden conseguir los ejemplares de algunas de sus obras y las pinturas adornan las paredes del centro y las casas de algunos "amigos" que había logrado tener en aquel reducido y "seguro" mundo, yo mismo conservo uno que me entregó aún sin saber mi nombre, "toma, es para ti, te lo doy porque tienes cara de camello" me dijo, y yo sólo pude sonreír y decir gracias, de alguna manera, su presencia intimidaba tanto como te podía hacer sentir cómodo y seguro, él por completo era la más grande dualidad que he conocido.