Surge tras la cortina el deseo aquel de la locura, de la ceguera, de contar con una máquina del tiempo y poder viajar al pasado para no hacer o hacer o deshacer o al futuro para comprobar si la esperanza no es sólo el mito que nos sostiene mientras todo se derrumba.
Es tan fácil quitar la pieza clave de los sueños y hacer que todo se desmorone, a veces parece que sólo debemos elegir qué tanto prolongar la llegada del dolor, siempre con la consigna que entre más esperamos más serán los intereses a pagarle a la vida.
No decidir, es decidir y actuar lanzándote en picada hacia el abismo puede parecer precipitar lo inevitable. Pensar en esperar y que algo mágicamente te salve, es acumular el daño y colgar el alma de un caliente fierro que dolerá a ojos abiertos y cerrados. Fácil no es.
Ante la desventaja de no conocer el futuro, caminamos tomando de la vida lo que aparece en el presente, y lo perverso está en todas partes espiando con una sonrisa que grita en silencio todo lo que hemos de pagar, te asoma las maravillas de la vida y te las quita de las manos diciéndote que jamás podrás tenerlas porque tienes deuda con el mundo.
Luego despiertas y no sabes dónde estás...