miércoles, 14 de agosto de 2013

El árbol y yo

De pie frente a un árbol, agitando sus brazos como quien establece una férrea discusión con un semejante, ahí como silueta de la noche, se encontraba mi cuerpo. Yo miraba atento aquella escena tratando de comprender el tema que había armado tal encuentro. El humano que me representa hablaba fuerte y a ratos bajo, guardaba silencio, se daba la vuelta y regresaba, el árbol mientras tanto sólo dejaba que sus hojas se agitasen un poco, lo que el viento sugería, emitiendo sutiles silbidos que no terminaban de ser una respuesta a tal provocación.

Aquel encuentro me obligaba a dejar mi asiento en la luna para acercarme a averiguar lo que sucedía, yo, aquel otro que no era cuerpo, pero que también me personifica y representa, tomé la siguiente nube que pasó cerca y bajé hasta el sitio aquel, entré lentamente en mi cuerpo y poco a poco fui comprendiendo el encuentro con los dos seres que al final eran parte de mí. 

Un cuerpo, pleno de emociones, había buscado al escucha perfecto, el de mirada sin juicio, el que recibe, el que expresa la vida con tal serenidad que era capaz de ayudarle a poner fuera todo aquello que necesitaba acomodar. No había discusión, solamente era un encuentro solidario entre dos amigos que mucho compartían... un mundo entero. Yo, como parte de los dos, sentí la calma que genera la sola comprensión de una situación antes sin sentido, yo, el volador y etéreo, estaba agradecido de haber tenido necesidad o pretexto para volver a ser uno con el que siente, con el que enfrenta. Yo, el generador de sueños, estaba ahora conciliando conmigo mismo, con el otro que soy yo. Pudimos entonces dejarnos sentir el viento, escuchar la voz que daba forma a toda una existencia, no la única, no una inamovible, sólo la de ese momento. 

Miré al cielo y me despedí de las nubes y de la luna, volvería a verlas y alguna vez iría de nuevo a sentarme y mecerme en sus cuartos menguantes, pero ahora, con los pies en la tierra, estaba complacido de sentir como el árbol, la tierra en mis raíces, mis pies plenos de frescura por el pasto que pisaba, me hacían identificarme vivo, la sed en mis labios me movía a buscar el agua y en el trayecto llenaba mi vida y mis sentidos con todo a mi al rededor. No lo niego, entre ratos la presencia de un cuerpo es pesada, sentir como se cansa, toparse con alguna espina que atraviesa, resultar herido, sin embargo, todo aquello se fue volviendo parte de la experiencia de abrazar la vida, y muchos de esos tropiezos vinieron seguidos de una luz que daba pie a muchas ganancias en pro de un crecimiento. 

Así fue, casi místico, bastante romántico si se lee en cuatro párrafos, la verdad es que no me tomó una noche, ni siquiera creo que cien noches hayan sido, quizá ni mil, es más, para que tengan todos una idea, aun estoy contando las noches en que ésa historia se va haciendo realidad. 

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