domingo, 11 de octubre de 2015

La visita

El aviso

El joven invitó a una señorita de México, y no me dijo mucho sobre ella, pero en sus ojos se veía un brillo especial. No es que sea un mal hombre, pero suele ser muy indiferente con las mujeres, aunque pueda ser caballero, al final termina pareciendo un témpano de hielo, es frío y no se deja tocar; yo siempre he pensado que está muy lastimado y eso lo asusta. Conmigo suele ser muy amable, y en general es generoso y solidario, pero cuando se trata de mujeres, es como si en su cuerpo tuviera un esqueleto de imán que las aleja en cuanto pretenden llegar a su alma. 
Sin embargo, ahora, con la visita de la señorita, vi como si su centro se hubiese llenado de calor, seguía asustado, pero no dejaba de irradiar una felicidad acompañada de algo más que no sé cómo pueda llamarse, es como si la señorita trajese consigo algo que a él le hace falta.
Mientras la esperaba, intentaba parecer desinteresado, pero me pidió muchas cosas en su departamento en las que usualmente no ponía tanto cuidado. También pude notar que estaba muy interesado en los planes, me daba la impresión de que quería mostrarle todo lo mejor de la ciudad (o de sí mismo).
Así que al ver todo eso, era fácil saber que la señorita era una persona muy importante en la vida del joven, yo tenía mucha curiosidad por saber cómo era la persona que le devolvía el calor a su alma, que lograba que su luz cambiara de color y que abriera su corazón. Estaba contenta por el joven, aunque pensaba que eso lo hacía frágil, yo siempre había podido ver su corazón como el de alguien con mucho amor, pero lo escondía bastante bien y eso lo hacía sobrevivir, ahora se veía expuesto, y eso a veces es peligroso.

La llegada

La habitación del joven parecía camerino de modelo el día que finalmente iba a llegar la señorita, había camisas, pantalones y zapatos por todas partes, así que cuando el joven finalmente se decidió, me pidió que le ayudara a recoger todo, así lo hice, mientras pensaba en cuánto se estaba esmerando y lo nervioso que parecía. Yo creo que mi esposo jamás se probó más de una camisa para salir conmigo, pero es algo que quizá no puedo saber, así como tal vez la señorita no sepa jamás con cuanto entusiasmo es esperada.
Varias vueltas a la casa bastaron para salir, su mirada al despedirse de mí era como si estuviera pidiendo alguna bendición; yo lo veía pensando en que quizá ese sería el día más importante de su vida, tenía dibujada en el rostro una sonrisa que no le conocía, estaba lleno de ternura o algo parecido, y decido a causar buena impresión. Así que cuando salió de casa lo miré y le dije “hijo, te irá muy bien, es imposible ignorar el amor con el que la esperas”, no sé si fue demasiado, porque lo vi palidecer por un segundo y enrojecer al siguiente. Finalmente se fue corriendo y al poco rato me fui yo también, dejando bien acomodadas las flores que él mismo había comprado.

Ese brillo

No había tenido oportunidad de coincidir con la señorita, pues llegó justo cuando yo tomaba un descanso para estar con mi familia; así que desde casa estaba pensando en cómo seguiría el encuentro, el joven no me había dicho cuánto tiempo se quedaría la visita, así que no estaba segura de tener oportunidad de conocerla.
Llegado mi día de regreso, al abrir la puerta todo se sentía diferente, las flores aún vivas, habían soltado todo su aroma y su dulzura se cruzaba en espiral con el olor de café recién hecho. Aquel espacio se sentía diferente, con aire femenino, generalmente ausente; supe entonces que ella seguía ahí y que su fuerza y energía tenían la capacidad de extenderse y tocarlo todo.
Empecé a hacer mis cosas y no tardando se escuchó ruido en la habitación, apenas y se distinguían los susurros y sin embargo, era muy fácil percibir algunas risas; sonreí, pensé que el joven estaría feliz.
Cuando se abrieron las puertas, salió la señorita acomodándose el cabello y con una amable sonrisa me dio los buenos días, desde el primer instante pude ver su brillo y lo comprendí todo, ella era un ser mágico. Respondí el saludo y ofrecí mis atenciones. De inmediato se asomó el joven saludando, parecía un hombre nuevo, radiante, lleno de luz. Entre pláticas empezamos a planear el desayuno y, aunque ambos se ofrecieron a ayudar, yo preferí que ellos siguieran disfrutando de sí mismos, pues parecían una bendición el uno para el otro.

Futuro incierto

Hasta donde  parecía, la señorita tenía ya una vida hecha en su país, su carrera y todo lo que había construido estaba allá, así que debía, en algún momento volver. Así que la pregunta era, cómo podían separarse, incluso por qué estaban haciendo sus vidas separados si al estar juntos se podía percibir que ambos eran parte de la esencia del otro.
Todo lo que rodeaba su historia resultaba un misterio, pues al estar juntos parecía como si jamás se hubiesen separado o como si eso no fuese a pasar.
Un día llegué más temprano de lo normal y encontré al joven sentado en la barra de la cocina con una taza al frente - de lo que luego supe, era un té – era sencillo saber en qué estaba  pensando, quizá se aproximaba la partida de la señorita, pues era como si él regresara de un mundo mágico a la realidad en la que se había encontrado.
Pasado un rato, ella salió de la habitación con un gesto similar. De forma muy amorosa se acercó a él, le besó la mejilla y acarició su cara, y ambos sonrieron levemente. Sé que yo no debería estar observando todo eso, pero en verdad daban ganas de preguntarles qué sucedía, decirles que la vida era un regalo para disfrutar y que el brillo que ellos compartían al estar juntos era algo realmente extraordinario, incluso para quienes sólo mirábamos.
Al final de cuentas, pensé que ellos mejor que nadie conocían los motivos, que quizá no era su tiempo o esta vida, que seguro había una larga historia imposible de abandonar.

La partida

Unos cuantos días después, encontré al joven de nuevo sentado frente a su computador, escribiendo y con una taza de café a la mano. Un aire fresco había vuelto al departamento, él se encontraba relajado como siempre, con ese halo de lobo solitario con el que lo había conocido. Me saludó amablemente y me pidió algo para desayunar.
Sobre la mesa había quedado una carta con los labios de ella dibujados, y yo supe con facilidad que el corazón del joven se había subido al avión en los brazos de la señorita. No atiné a preguntar nada por temor a sacudirlo, pues aunque se veía gallardo como siempre, se notaba en el fondo que había quedado profundamente tocado por la visita.
No puedo saber qué habrá pasado con ella al partir, y tampoco si volverán a verse o si algún día podrán hacer sus vidas juntos, lo único que para mí estaba claro en esa historia, es que jamás había visto devoción y entrega más grande en dos amantes, era como si hubiesen nacido el uno para el otro.

Los días pasaron y todo volvió a la normalidad, jamás se habló del tema. Él trabajaba, reía con los amigos y seguía siendo el mismo hombre de hierro con las mujeres, inaccesible, lo cual para mí ya tenía una explicación, su corazón tenía inscrito un sólo nombre y sabía amar a una sola mujer, aunque ella no estuviera. Jamás los escuché hablar por teléfono o tener algún contacto, no supe que él planeara, hasta hoy, un viaje a México o que ella buscase volver, sólo de vez en cuando, aquella carta con el beso marcado aparecía sobre la mesa, en cada ocasión más desgastada… 


miércoles, 7 de octubre de 2015

Disertaciones de mercado y amor

Tantas cosas he pensado últimamente, tantos momentos en los que he deseado el espacio íntimo con las letras para poder contarles el cúmulo de ideas que atropellan mi cabeza cada día y hacen el embotellamiento creando horas pico cada vez que se les da la gana. Tantas son, que terminaré, como siempre, haciendo el más burdo resumen de mí mismo. 
Discurrir por ejemplo sobre el amor y la salud mental. En el escaparate en el que nos paramos todos, unos más locos que otros, con un cuerpo que de entrada define parte importante de lo que somos y seremos a cada paso, cómo es posible hablar de amor cuando el mercado ha construido el producto, como todo lo que bien vende, inalcanzable. El precio del amor es la renuncia a toda autenticidad, el amor comercial requiere productos hechos a la medida de los sueños que venden los medios, que compra la madre, la tía, la hermana, el padre, la abuela, el hermano, el tío, el vecino y hasta algún mal elegido amigo o amiga que haya resbalado sin remedio en la casa del jabonero de nuestros tiempos. 
Hay que ser perfectos, felices, exitosos, pulcros, intachables, de una ética y moral incuestionable, hermosos por dentro y por fuera, sanos mentalmente, tener el más alto nivel de rendimiento para vivir y amar, el mejor amante, aquel que puede satisfacer todas las necesidades, físicas, sexuales, estéticas, sociales, emocionales, relacionales, comunicaciones, etc., del otro, de ese otro que por supuesto se siente exigido a lo mismo y ambos (los dos, el uno y el otro) sabiendo al verse al espejo que jamás se ha de encontrar ahí el producto anhelado, "yo no soy suficiente", es la consigna de esta era. Suficiente para qué diría yo... pero yo soy un ente que piensa (porque así me lo enseñaron) que en esta vida hay que hacer lo que a uno le "nazca", una sencilla traducción estaría relacionada con aquello de "lo que se de la chingada gana", pero el concepto de nacer me gusta más, imagino algo que emerge como resultado del juego de elementos auténticos y personales y que se decide en el segundo que levantas la mirada y esbozas una leve sonrisa que le dice al mundo que hay algo que estas dispuesto o dispuesta a hacer. 
A estas alturas del texto, creo que bien merece separar las ideas, de otra manera, van a llevar a las lineas en las que mi lenguaje, pleno de entusiasmo puede confundirse con esquizoide y nada pueda terminar de bien, yo encerrado y ustedes no sé si confundidos, perturbados o comiendo directo del bote de nieve, para cualquier caso, evitemos el conflicto por esta ocasión y dejemos que la mente acelerada respire, el antagonista del café empieza a colgar diminutos yunques en mis párpados y un onírico mundo se dibuja en el espacio que queda entre cerrado de mis ojos. 
Así que sucumbiré... y como dicen en algunos lugares. la dejamos pa' la otra...