viernes, 18 de febrero de 2011

Yo siempre he querido ser escritor, siempre he soñado con cerrar un libro y el único que he conseguido concluir fue una pequeña novela surgida en mis dedos adolescentes la cuál empezó por el final. Siempre he sentido que tengo muchas cosas que decirle al mundo, y leo a mis contemporaneos, y leo a colegas, a personas que como yo han elegido el camino de la reproducción social al dedicarse a la docencia y a la psicología, ambas pasiones de mi vida, y al leerlos me siento intimidado por los temas tan complejos que abordan de tan magistral manera... y yo, yo sólo escribo de la vida, de lo que un ser humano siente, de lo que piensa, de lo que vive día a día, de esos temas que parecen no tener trascendencia social pero que para mí son el principio de todo. Y es que en la globalidad hemos perdido el sentir individual como principio, y en nuestra absurda individualidad hemos dejado de ver las relaciones que se forman y las consecuencias de un mundo de individuos viviendo, haciendo, diciendo, pensando y, por supuesto, sintiendo lo mismo.

Yo no escribo análisis profundos sobre situaciones sociales y económicas, yo no escribo sobre guerras y guerrillas, sobre tratados o acuerdos entre las naciones; para mi fortuna ya hay personas que escriben de eso y entonces tengo la oportunidad de escribir sobre esa conciencia cotidiana por donde empieza todo. No sería acaso este un mundo mejor si en lugar de perseguir como locos un desarrollo extraordinario de la llamada "inteligencia", nos dedicasemos a pensar en terminos de felicidad, de amor, de un sentir congruente, de vivir en la verdad... Esos pequeños detalles son los que a mi gusto harían la diferencia, pues aquel bastardo gobernante que abusa del pueblo, quizá sería diferente si tuviera noción del amor al prójimo, del valor del respeto y la responsabilidad social.

A mi sólo me preocupa que el hombre ha olvidado lo realmente importante, y lo ha olvidado en su día a día. A veces pienso que todas estas reflexiones y todos estos temas, más bien espirituales, se dirigen a las personas de clase media, media baja, pues jamás creo que alcancen a aquellos que ya no sé si seguir considerando humanos, aquellos que pueden vivir entre opulencias que representan el absurdo ante la miseria de mayorías...

Una arrebatadora tristeza, que pudiera bien ser confundida con enojo, me invade al percatarme de la tontería en la que vivimos. Pero todo vuelve a su normalidad sabiendo que a mi sólo me corresponde una parte y que mi trabajo no es pelearme con un mundo sin sentido, sino darle sentido a mi mundo. Vivir exactamente como lo profeso.

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