domingo, 12 de abril de 2015

Desde mi cueva

Acaso puede alguien comprender el miedo y el dolor que no siente, acaso ponerse en el lugar de aquel que tirado en el suelo sobre sus rodillas y con la cabeza pegada al piso se desgarra la garganta y siente la boca seca por el aire que ya no pasa por su nariz, los ojos hinchados y las manos temblando de rabia. Acaso será posible que todas las maldiciones que salen de su pecho tengan algún sentido si no puedes escuchar el grito de su alma, ese susurro transparente que se escurre por la cara, el cuello, el pecho y que inunda el espacio alrededor... 
No lo creo, no sabemos qué hacer con eso, nos gana el amor, ese que se lanza a ofrecer una salida.. Será posible salir? Será posible que la mente llena de sabiduría gane la batalla y nos levantemos íntegros del suelo sintiéndonos enteros y dispuestos a seguir... Y, a dónde se ha ido todo lo que hemos llorado? Se secó y como vapor se sumó a la masa de alguna nube que uno de estos días lloverá?... 
Nunca podremos definir si ha sido una fortuna o una tremenda desgracia no comprender lo que no se siente en carne propia... sin embargo, es una parte importante de aquello que nos define, yo soy yo, también por el dolor que siento, tal cual lo vivo y de manera que nadie más que yo lo puede saber o sentir, este es mi dolor, mi miedo, mi demonio personal, y por mucho amor que exista, jamás será de nadie más.  
Estamos solos, en esencia estamos solos, hay un lugar del camino a donde nadie nos puede acompañar, y eso, es la bendita desgracia que nos da el ser, yo puedo ser contigo e incluso para ti, pero no puedo ser tú y tú no puedes ser yo, y nuestro ejercicio de amor más grande sera aceptar que así será por el resto de nuestro encuentro. 
Así que desde mi profunda soledad estoy agradecido por la luz que me acompaña desde afuera, esa que compartes desde tu propia cueva... 

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