miércoles, 19 de enero de 2011

Encuentro con la luna

Lo primero que vi fue un perro, un labrador de color claro, casi beige; llamó mi antención, pues obviamente por ser un perro, pues siempre volteo a verlos pues me gustan, segundo porque parecía ir cojeando de una pata y por más que lo observé no supe cuál de las tres era, no mentí, si tenía cuatro; esforcé la vista para determinar si era macho o hembra y no lo conseguí, tampoco supe si era joven o ya mayor, deduje lo segundo por su comportamiento, pero aun no estoy convencido.

Todo lo descrito en el párrafo anterior fue cuestión de segundos. Posteriormente me dispuse a buscar a su propietario o acompañante, di con un par de tenis blancos ya gastados y un poco sucios por el uso, eran pequeños y fue percatandome de que era una mujer, jóven y con una actitud impresionantemente calma y positiva, a su paso no decía nada más que "estoy aquí, en este momento estoy pasando por aquí". Atravesó la explanada del párque donde me encontraba sentado y llegó al mirador junto con su compañero que la cuidaba entre ratos, llegó al barandal y le hizo una caricia, ella mirando a la ciudad, finalmente estaba en el mirador, había ido a eso, a mirar. Estuvieron cosa de un minuto y se fueron, yo lo seguí al él con la mirada pero por el segundo en que levanté el rostro para ver quién era ese ser que hacía sentir a ese perro tan seguro y tranquilo, por ese sólo instante, me di cuenta que ella había notado mi presencia y sonreia; volví al perro y tratar de saber qué le sucedía en sus patas, quise preguntarle a su dueña, pero algunos miedos me asaltaron, pues la gente no ve a bien que un desconocido te hable de la nada, y además, no estaba seguro de querer saber quién era ella, me asustó su tranquilidad, su seguridad, su presencia tan llena de ese algo que jamás he sabido nombrar, tuve miedo de saber su nombre, de volver a provocar su sonrisa, de sonreir también y sentirme tan en calma como aquel amigo que había llamado mi atención.

Cuando partieron seguí su curso hasta que los perdí de vista, me levanté y seguí la dirección que tomaron pero al llegar al punto final donde mis ojos los identificaban, ya no había rastro de ellos, sin embargo, supe exactamente a dónde iban, pues yo seguría la misma ruta; decidí tomar el camino opuesto y entonces la encontré, ahí estaba, bella y brillante, mirandome, hablandome de amor y de energía, ahí estaba diciendome que era todo lo que yo necesitaba, hermosa, radiante, llena, no necesitaba exagerar, era perfecta, una hermosisima luna que me trajo de regreso a casa, que me ayudó sentir justo lo que necesitaba, que en algún lugar del mundo había alguien esperando por mí, alguien que se quedaría para siempre.

Caminé de regreso a casa como perdido, consternado por el mundo entero, por cada detalle, queriendo verlo todo, procesarlo todo en ese momento, deseando tenerte de frente y escuchar todo lo que tienes que decir, y no quise escuchar música, quería mantener la experiencia viva para dejarla en estas letras, no quería perder ni un sólo segundo, deseaba con todas mis fuerzas llegar y tener a flor de piel lo sucedido, el miedo, la emoción, lo extraño que fue todo, la sensación al ver la luna, mi ansiedad por escribir y mis ganas de volar para llegar a tu pecho y robarte el alma por completo.

Llegué a casa, y aunque en el camino no había querido que nada me detuviese o apartase mi mente de todo aquello, una vez aquí tomé unas extrañas decisiones, lavé la licuadora y me preparé un chocolate caliente, puse el garrafón nuevo y me llené una botella con agua, le di de comer a mi perro, para por último llegar aquí y decir todo esto, todo esto que no es ni la mitad de lo que quería decir durante el camino a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario