viernes, 3 de febrero de 2012

Asalto nocturno

No podría decir la hora, uno no mira el reloj en esas circunstancias. La habitación estaba obscura y la temperatura estaba entre fresca y fría. Yo, al lado izquierdo de la cama, pegado a la pared, enrollado ya en la cobija y en alguna fase del sueño ya un tanto adelantado, o por decirlo de otra manera, ya profundamente dormido, no podía imaginar lo que estaba a punto de suceder. 

Discreta y sigilosamente, supongo, tu mano se acercó a mi espalda como el arma que se apuntala para tomar el control. Dormido yo y quizá dormida tú también, surgieron las caricias inesperadamente como buscando las pertenencias de mi alma que pretendías hurtar. De pronto, así de la nada, sin haber opuesto yo, la victima, resistencia, disparaste un beso, otro, otro más, una ametralladora impactaba mi cuerpo con tus labios como fusta implacable, y cuando ya no fue posible mantener el sueño, o quizá cuando el impacto de tus besos avivó mi consciencia, y aunque no había de mi parte intento de escapar, saltaste sobre mí como indicando que aquello era un asalto, que tú llevabas la batuta en esa escena, conmovido, estremecido, excitado y sin duda complacido, me decidí a entregar lo que entonces, ya desnudo, poseía, aquello que en respuesta a tus besos salía disparado por mis ojos. 

Entregado, me decidí a responder, a dar batalla, con todo el cuerpo listo y el alma dispuesta fue todo más justo. En equilibrio siguió aquel encuentro de dioses que transforman la piel entera en manos, en ojos, en labios. No había palabras, el encuentro no lo requería, yo podía saber cuál era el objetivo de cada disparo y tú no tenías duda de lo que buscabas. 

Juntos, cercanos, certeros en la lucha, en pleno encuentro de almas, ladrones de gemidos y temblores, fuimos acercándonos a la paz del abrazo en que volveríamos a quedarnos dormidos, no sin antes abrir por fin los ojos para decirnos al final cuánto nos amamos. Ese tiempo, si es tiempo de soñar.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario