sábado, 21 de noviembre de 2015

Una historia definitivamente real

La siguiente historia es, definitivamente real. 

La vida me ha dado una gracia maravillosa, algo que puedo considerar un regalo divino, y lo veo así por el efecto que tiene en mi vida. Eso que les comento, es la gracia de tener belleza en la mirada, y no es vanidad, aunque ciertamente tengo lindos ojos y una mirada encantadora (modestia aparte), hablo de la posibilidad de ver la belleza en todos los rincones que se me atraviesan y para muestra, compartiré un día cualquiera, el día de hoy. 

Desperté antes que sonara la alarma del teléfono, lo cual para mí ya es un regalo, iniciar el día desde la voluntad de mi cuerpo y no desde un sonido de fuera que me arranca del placer del sueño, así que el primer punto de la mañana estaba ganado. Abrí los ojos recordando haber soñado con un ser amado con el que ya no puedo compartir físicamente, pero que me dejó tantos bellos recuerdos y cariño, que el soñarle es sentir su cercanía desde donde quiera que se encuentre, es como si viniera a visitarme, a decirme, aquí estoy, aquí sigo, aún podemos reír e inventar un nuevo lenguaje. 

Generalmente despierto con sed, así que tener una botella con agua fresca a la mano es uno de mis primeros placeres del día, debo confesar que el primer trago es definitivamente glorioso, es como si lloviera dentro de mi cuerpo y la vida despertara, lo recuerdo y suspiro sintiendo el gozo que me produce ese simple detalle. 

Para seguir con el agua, un buen baño con agua a la temperatura que se antoje, siempre anima, es como si el agua arrancase de mi cuerpo los restos de algunas cargas que a veces se acumulan de las situaciones de la vida, es como una renovación cotidiana, una posibilidad de renacimiento en algo bastante simple, y puedo decir que hoy particularmente, he disfrutado del chorro, pues la regadera tiene la cantidad y presión de agua que me gusta sentir Además de eso, frotar mi cabeza a la hora del shampoo es una delicia, es como regalarme una caricia, un brevísimo masaje, un apapacho de mí, para mí, y si soy honesto, tengo la manía de disfrutar las formas que dibuja el shampoo en su caída sobre mi mano. Hoy me detuve a ver el agua caer sobre mi cuerpo y me regalé un momento de contemplarme desde una perspectiva que sólo yo tengo de mí y que confieso, me gusta mucho. 

(En este momento me detuve a ver las letras y me di cuenta del placer que estoy sintiendo al escribir, al ver cómo las palabras se van formando y además, percibí mi sonrisa al estar reviviendo los detalles hermosos de mi día). 

Salí del baño y me alisté frente al espejo, les cuento que después de muchos años mirando con desconcierto mi cuerpo, he llegado a un punto donde me gusta regalarme miradas de amor, sonreírme, bailar conmigo y además, vivir con todos mis sentir ese momento en que cuido mi cuerpo, aunque sea lo mínimo. Siempre me ha gustado elegir mi ropa e imaginar cómo quiero verme ese día, y al final de ese proceso, me regalo un coqueteo y me acaricio el alma desde el gusto que siento ahora por mi cuerpo. 

Cuando finalmente salí, la temperatura era perfecta, ese fresco que permite respirar y que invita a caminar porque sabes que no vas a sofocarte. Sentí mis pasos, experimenté mi postura, jugué con mis ritmos, salí completamente decido y tomé las calles mirando los detalles de las construcciones y sintiendo una gran pasión por el paisaje que me rodea. me encuentro rodeado de cerros plenos del verde de los árboles que los cubren y que son constantemente acariciados por las nubes, al mirar ese escenario, imaginé mi siguiente vida y me sentí feliz. 

Caminar es algo que me gusta mucho, me encanta caminar, sentir el suelo debajo de mis pies, observar como mis pisadas hacen contacto y hacer variaciones que me permitan sentir, experimentar. Así que caminé felizmente, con tiempo suficiente para llegar a mi destino; y cuando me di cuenta, estaba perdido, empecé a reír, porque es una costumbre mía la de perderme, así que ya disfruto cuando me sucede. En el camino vi unos vendedores de flores y decidí comprar unas rosas rojas y unos alcatraces para regalar a mis amigos, así que, a partir de ese momento, caminé perdido con un ramo de flores en la mano, me sentía maravillo, gozaba pensando en la imagen de mí. Di algunas vueltas tratando de corregir el rumbo con la única manera que tengo de ubicarme, mirar hacia todas partes y decidir un camino, el que le resuene a mi instinto, o a mi corazón. Seguí caminando por las estrechas calles con las casas de ventanas hasta el piso, donde imagino historias de amor y chismes cultivados a través de los barrotes. Vi de reojo el patio de una vecindad con banderitas de papel colgadas y sentí que era mágico recorrer lo que tantas veces vemos en fotografía. 


De pronto, en el sueño, como petrificada, vi una mariposa con sus alas extendidas, serena, como pensando a dónde ir, me detuve a verla y me agaché para tomarle una foto, sonreí al verla posando y le di las gracias por hacerme sentir magia y belleza. Seguí caminando, gozando la sensación de estar perdido. 

Volví a mi punto de partida y decidí una nueva ruta, seguía con las flores en la mano y la sonrisa en mi rostro de pensarme perdido en una ciudad tan bien organizada. En fin que justo a tiempo, después de experimentar otro breve extravío, llegué a mi destino, abrieron la puerta y me recibieron con una certera broma, y escandaloso como soy, solté la carcajada y entregué las flores a la dueña de la casa que me regaló un abrazo suave y cálido. 

Empecé a prepararme para trabajar cuando de pronto escuché un llamado a la mesa, "deja el trabajo, vente a desayunar, ándale, deja eso ahora y siéntate a la mesa", sonreí, dejé la computadora, levanté las manos en señal de rendición y me senté a disfrutar de un plato de fruta, jugo fresco de naranja, un tamal delicioso y unos frijoles negros con chorizo. Y además de eso, escuchando anécdotas, compartiendo la mesa y viendo cómo los platos y sartenes pasaban de un lado a otro. Atendido, cuidado, querido, consentido, me sentí tan agradecido de estar con parte de esa familia elegida, que levanté mi corazón al universo y me puse en paz. 

Pronto se llegó el momento de trabajar, así que apresuré el paso y me dispuse a escuchar la interesante historia de una persona extraordinaria, a quien admiro por su serenidad, su calma, inteligencia, nobleza; me sentí agradecido de tener como proyecto de trabajo, la oportunidad de saber un poco más de personas que me han regalado esperanza. Escuché atentamente, descubrí cosas nuevas, me sorprendí, y además de eso, tenía a la mano un delicioso café calientito, que acompañaba perfecto el fresco de la mañana. 

Terminé mi labor y decidí salir a caminar por las calles de la ciudad con una amiga, una persona por demás brillante, amorosa, divertida, comprensiva, qué puedo decir, un regalo de vida, un encuentro de espíritus mágico y nutritivo, un lugar cálido y seguro para mi corazón. Tomamos las calles a paso tranquilo, platicando de nuestras vidas, afectos, ideas, preocupaciones, reflexionando sobre nosotros, riéndo por tonterías y mirando los detalles del camino. Llegamos a un parque al pie de un cerro y entre los árboles, las bancas y todo lo demás, pude ver unas pequeñas casitas de madera para los pajaritos, me resultaron muy curiosas e imaginé el detalle con que las hicieron y lo que pensaba la persona que decidió ponerlas ahí, además, puse con mi imaginación, una gran variedad de pájaros como huéspedes de aquellas diminutas construcciones. 

Como en todo parque, pasamos por los puestos y el antojo de unos churros se apoderó de mí, doraditos y con azúcar, me supieron a gloria y los disfruté hasta que ya no pude más. Mi amiga se compró algo a lo que llaman "papa extranjera", cosa que yo no conocía y que tiene una forma, color, textura y sabor muy curioso, se llama papa, parece jengibre rojo y sabe a jícama, fue toda una experiencia, algo nuevo que probé, me sentí contento, además de saber que era la golosina de muchos niños desde hace años en este lugar. 

De regreso, pasamos al restaurante de la familia y me invitaron un vaso de limonada, fresco y delicioso, de inmediato me transporté a tantos años de mi vida con la limonada como parte de mi día a día, llevarla a la escuela y tenerla siempre en el refrigerador en casa de mamá. Era como beber recuerdos gratos y refrescantes. La charla siguió, las risas, reflexiones, los cariños y después, una deliciosa crema de chayote, qué bárbaro, la gracia de ésta familia para cocinar, es de lo mejor que he probado en la vida, hasta la sopa de verduras. Comí delicioso, casero, calientito. 

Ya para la noche, se reunió más familia, debo confesar que estoy en un espacio donde me siento querido, valorado, apapachado. Así que estaba siendo atendido, abrazado, recibiendo el cariño de personas que me dicen "me da mucho gusto verte", "la próxima vez te quedas aquí", "cuando vayas por allá, me visitas, te voy a dar de comer", son detalles, son cosas tan sencillas, son formas en que las personas dicen "te quiero". De nuevo a la mesa, con la familia ampliada, me ganó el antojo de la cena que estaba comiendo el dueño de la casa, frijoles, arroz blanco y un huevo estrellado con la yema tierna, qué puedo decir, el cielo mismo en un plato. Cené riquísimo y empezaron las anécdotas, risas plenas, toda la mesa era un escándalo maravilloso, compartir, bromear, reflexionar, aprender, aceptar y nuevamente estallar en carcajadas. Yo miraba al rededor y pensaba en lo afortunado que soy de ser recibido en espacios donde, si bien no me llevó la sangre, si el corazón. 

A la mesa los cigarros, no soy un fumador constante, pero de pronto el antojo en aquel escenario me hizo disfrutar de un par mientras seguía la charla, con eso y un vaso de azúcar líquida con hielo, pasé el rato sintiéndome como en un profundo y prolongado abrazo del universo. 

Para cerrar la noche y una vez habiéndome despedido, caminé de nuevo, está vez bajo la típica lluvia fina que apenas y dibuja brillos en la ropa, pero que si te descuidas, terminas empapado. Fui por la calle como quien tiene un acuerdo de paz con la vida, sonriente, contento, pensando en aquello que había escuchado estos días, "lo único que vale la pena en la vida son los afectos", y pensando que tenía que aprender a soltar tantas cosas, que soy realmente afortunado, que aquellos espacios eran como un regalo y que mi corazón sentía emanar energía cargada de amor, que la vida es esto y que yo tenía tanto, que disfrutaba tanto, que era merecedor de ese amor que recibía y que tenía el gusto de poder compartir el amor que yo tengo conmigo. 

Y ahora estoy aquí, en pijama, en una noche fresca, reviviendo con mis letras muchos de los regalos de este día, disfrutando escribir, conversar con amigos y emocionado por leer al menos una página de mi libro recién inaugurado, el cual encuentro muy emocionante, de esos que parece que me eligen y me hablan en el momento preciso. 

Por ahora, no puedo continuar escribiendo, la emoción me tiene muy ansioso por ir a leer y mi cuerpo empieza a relajarse como pidiendo pronto irse a descansar. He decidido que ni siquiera voy a revisar si hay errores en el texto, no por ahora, quizá luego disfrute volver a leer y haga los arreglos pertinentes, por el momento, les dejo un abrazo y deseo que todo les vaya de la mejor manera. 


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