domingo, 22 de abril de 2012

Ira

Desde las entrañas se yergue un dragón, sus palabras envueltas en fuego hacen trizas el canal por el que atraviesan, dentro se sienten las alas revolotear tratando de escapar de uno, mientras el pecho se contrae para mantenerlo cautivo, el pueblo entero corre, se refugia en un lugar donde no pueda ser alcanzado, un sitio apartado donde incluso, si lo destruye, no tenga mayor consecuencia en las aldeas aledañas. 
Corrientes de aire corren por el camino y el fuego toma dirección, sin darse cuenta, la llamarada ha sido conducida hacia el río, en cual fluye como si un gigante acabase de tragar saliva. Las nubes se agolpan en lo alto del cielo, aquellas que parecían suaves corderos ahora rugen como feroces guerreros dispuestos a luchar esa batalla. 
A lo lejos, ajeno al pueblo víctima del implacable dragón, se escucha el llanto hecho canción de un pueblo vecino, su cercanía ha hecho de sus habitantes amigos, amantes, familia, por lo que sus voces alientan al guerrero, sabiendo que estando en calma los dos podrán celebrar. 
Así, así es como sucede la ira en todo mi cuerpo, falta hablar quizá de los terremotos que se producen por la inestabilidad de mis pies al camino cuando el enojo me envuelve, falta quizá decir que en mis manos siento la sangre correr acaso como río de lava dispuesto a destruirlo todo, pero calma, la noche se hace al cerrar mis ojos y el fresco del viento que corre provocado por mi respiración silva apaciguando el ánimo. No puedo decir que no ha pasado nada, pero lo que ha pasado, de cierto os digo, ya pasó. 

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