sábado, 14 de julio de 2012

Lecciones de café


Era mayo hace un año, las cosas muy parecidas a como son ahora, el calor y las lluvias acompañaban dichos y creencias populares. En la ciudad donde vivo solían reunirse un grupo de mujeres jóvenes, quizá alrededor de los 30 o 35 años, casi todas casadas por lo que entiendo, y algunas ya con hijos. Yo sabía de esa reunión porque llegaban cada mes al restauran donde yo trabajaba, me parecían personajes muy llamativos, todas bien arregladas, a la moda, sonrientes, con un pícaro sentido del humor, hacían bromas de todo tipo, también hablaban del trabajo, por lo que me fui dando cuenta que todas ellas habían estudiado y tenían un trabajo bien remunerado, eran mujeres atractivas, y no sólo lo digo yo, sino lo confirmaba al ver a mis compañeros codearse entre ellos cuando las veían entrar, de tanto en tanto compartían una sonrisa coqueta, pero que yo supiera, nada más.
Ese mes del que les hablo sucedió algo muy triste para el grupo de amigas, lo supe desde que llegaron porque hacía falta una de ellas. Esa noche el humor era un tanto sombrío y parecían estar ahí por puro compromiso. Más allá de la tristeza, algo sucedía, algo que tardé mucho en entender, no estaban hablando de muerte, pero si parecía tener que ver con pérdida de salud, pero no era eso, era algo más, las miradas no podían sostenerse entre ellas y platicaban muy escuetamente de temas sin relevancia, casi todo se trataba de trabajo.
En aquella reunión no alcancé a comprender lo que pasaba, llegó junio y sólo tres del nutrido grupo se dieron cita, al verse se abrazaron fuertemente y tras un fuerte suspiro resolvieron hablar, el corazón me saltaba, ellas habían representado por mucho tiempo una aspiración en mi vida, yo era menor y estaba trabajando y estudiando con la intención de un día verme como ellas, pensar en las cosas difíciles que podían pasar, me hacía pensar en mi propia vida, me ponía el reto de entender que en todas partes existen los problemas. Y mientras imaginaba que yo era una de ellas, se abrió la conversación.
“¿Sabes algo de ella?”, esa pregunta surgió como llave oscura que abre la puerta a un mundo que quisiera ser negado, “Supe que se divorció”, apenas era una parte de la historia. Esa noche, con actitud de apoyo las amigas empezaron a compartir sus miedos y tristezas, “He pensado que también me puede suceder”, dijo una de ellas, y las demás respondieron afirmativamente para sí mismas, yo aun no alcanzaba a develar el misterio, pero no pasó mucho tiempo antes que mi intriga se resolviera.
Todas bellas, casadas,  con un buen trabajo, algunas con hijos, aun así, nada podía protegerlas de lo que se ha gestado en nuestra sociedad para las mujeres, lo primero que descubrieron fue que una de ellas tenía el Virus del Papiloma Humano, hacía tiempo había dejado de protegerse, pues vivía con su pareja y sentía que no era necesario. La noticia fue un balde de agua sobre su ropa de moda y sus accesorios finos, nada pudo hacer que estuviera exenta de aquella pesadilla y en medio de su dolor le había llamado a una de sus amigas diciéndole que ella sabía que eso podía pasar, pero en el fondo de sí no lo creía, que su esposo era un hombre preparado y no podía creer que al menos no se hubiese cuidado. Inmediatamente pensé en mi colonia, en los hombres y mujeres que ahí vivimos, en que ninguno de nosotros concebía la posibilidad del uso del condón con la pareja, a menos claro que ya no quisieran más hijos, pero nadie pensaba en una enfermedad.
Después de aquella noche, la amiga que recibió la llamada habló con su marido sobre usar condón, nadie hubiese podido esperarse la respuesta de aquel abogado reconocido que se la pasaba en defensa de los débiles y desprotegidos, o al menos esa era su imagen empresarial, miró a su esposa y duramente cuestionó la propuesta, le dijo que en un matrimonio no cabe la desconfianza, la ofendió y cuando ella quiso argumentar su punto, le soltó una bofetada exigiendo se callara, ella, una profesionista, económicamente independiente, no pudo decir más, el miedo la puso contra pared y guardó silencio, pero jamás volvió a ver igual a su pareja. Y yo pensando en las señoras de mi colonia, esas que aguantan tantos golpes y malos tratos al día y cuando se les pregunta dicen con certeza que es por el dinero, que ellas no pueden hacer nada, que quién va a alimentar a sus hijos. Ese día entendí, que más allá del dinero, que si puede ser un factor, hay algo más, algo que se gesta en nuestra crianza en la diferencia entre hombres y mujeres, algo que nos ha dejado desprotegidas desde la raíz, pensando en eso empecé a recordar escenas de mi infancia, a lo lejos la voz de mi madre que en un grito decía “Atiende a tu hermano que ya llegó de la secundaria”, y si un día pregunté por qué yo lo atendía y no él a mí o él se atendía sólo, la respuesta llanamente fue “porque eres mujer”.
Mi madre no era mala, simplemente tenía ideas que castigaban mucho a la mujer, incluso a ella misma, la recuerdo escondiendo el dinero para que mi papá no se lo gastara en bebida, la recuerdo asustada, tragando saliva y resistiendo la lágrima, la recuerdo a veces incluso rogando, otras veces atendiendo a aquel que tanto la maltrataba. Mi padre por su lado, era torpe, un día lo vi llorando en el patio de la casa y cuando me acerqué a abrazarlo me pegó un grito que salté del susto, me di la vuelta y cuando ya me iba me llamó, me dijo que no quería que lo viera así, que él era un hombre y no debía llorar, pero que se sentí muy triste porque no podía sacarnos de pobres, le dije que no se preocupara, que mi hermano y yo íbamos a juntar para comprarles sus cositas.
Ahora, después de todos estos años me doy cuenta como aquellos mensajes entre hombre y mujer nos hacen vulnerables, nos llevan a que un día bajemos la cabeza ante otro o pongamos la mano sobre otra, porque así suele suceder, pocas veces es al revés.
Dos años después de aquella experiencia, ya no veo a las señoras aquellas tomando café o cenando ensaladas, conseguí una beca y me decidí a estudiar una carrera. Después de la revelación aquella empecé a buscar cosas sobre género para leer y creo que poco a poco voy recuperando y reconstruyendo mi ser mujer. Hoy comprendo que ser mujer no quiere decir débil, ni sensible, ni tierna, a veces ni siquiera madre, ser mujer quiere decir ser persona, y si quiero puedo ser tierna y amorosa, pero si un hombre quiere también puede serlo. Hoy camino por la vida con una sola meta, ser feliz, como persona, porque ese es el punto donde hombre y mujer nos encontramos, ambos con el deseo de ser felices, ambos siendo, antes que cualquier cosa, personas. 

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